Tu experiencia de dualidad, fue lo que escribí el mes
pasado. No importa el porqué, no importa fundamentar cada paso, cada beso, cada
estribillo. La interpretación de tus dudas podría cuestionarse con un “para
que” quizás.
No hay otro único despertar como ese de hace casi 26
años, no hay otro inicio de pasos con caídas, no hay otra expresión festejada,
y mucho menos no hay otro deseo tan espontáneo
como el que descubrimos.
En las charlas de bares siempre me reí de los comentarios
de improvisados astrólogos bajo el
efecto de algunas copas, pero hoy buscando en esa vieja agenda marrón que nunca
quise tirar te volví a ver, ahí, en la primera letra. Vos, tu nombre, tu número
y si, él signo.
Recorrí las hojas entre risas y dudas.
Tenía dos opciones, la primera y la más tentadora,
olvidarme de las casualidades y hundirme por completo en tu mirada, la segunda
y como todas las segundas partes, aburrida, aceptar la realidad y olvidarte.
En la aceptación de la realidad la cual es amiga de la
conformación social hay una sensación tan estática que causa un desinterés
pleno, el vaivén del mar fue el que elegí.
Creamos ese espacio tan perfecto y dinámico que olvidamos
que la imperfección es la virtud del humano y que los movimientos son el inicio
de cualquier tipo de acción. El golpe fue tuyo, la culpa y el aburrimiento
también.
Todos los colores que tenías fueron en un segundo el gris
más falso y frío. Yo, roja, no me conformo, no repito la frase convencedora
frente al espejo, no me encierro en la rutina de la pasión. ¿Rutina de la
pasión?
Quedándote
o yéndote, como esa canción fue mi pensamiento cuando te leí.
Dude todos
los días del durante, pero en ese instante, después de que ese día me dijeran
dos veces la misma palabra relacionada con la oscuridad tuve la seguridad más
concreta.
No estaba
de acuerdo, moría por enredarme entre tus telas, por dejarte callado cada vez
que intentes decirme algo, por provocarte las carcajadas que solías darme bajo
la luna, imperfectas, sinceras. Lo decidimos, chau.
Ahí estábamos,
un escenario simbólico, un encuentro ficticio, un beso fugaz. De pronto el
lugar se lleno de humo, de una suerte de brisa constante.
Todos
corrían, menos yo, menos vos.
El empujón
de ese hombre tan alto me llevo de nuevo a tus brazos. Nos miramos englobando
todo el verbo en su mayor potencia, nos deseamos como ese día de febrero, como
en el juego de palabras inventado por vos para romper el hielo, como en el
juego aleatorio.
Me
abrazaste, ¿quizás para esquivar mi mirada devoradora?
Contradiciéndote
con mi pronóstico y desmintiendo la pregunta anterior, me agarraste de la mano apretándola,
haciéndome sentir tu latir.
En la noche
nos perdimos, bajo las estrellas recordamos la pasión, bajo la brisa, inventada
por los dos como la excusa más magnifica de escape, nos unimos bajo el agua del
placer.
Nunca nos
alejamos, nunca apagamos el fuego, solo sonreímos desde lejos, creando charlas
mentirosas para cubrir, para esperar.
Escondido
bajo la persiana, el sol nos golpeó, nos descubrió, nos reconoció.
Fue ese
encuentro el final del desencuentro.
Ese
amanecer el comienzo de las noches.
Esas
caricias la continuidad de los besos.
Ese deseo,
intacto como siempre, la alimentación de nuestro vivir.